FERIAS Y FIESTAS DE LA BOBADILLA 2010

    La Bobadilla, del 25 al 29 de agosto de 2010

   

    Contenido del Pregón pronunciado por Don Adriano Guillen Moral

 

La Bobadilla, 25 de agosto de 2010

Pregón de Feria

La Bobadilla, 2010

 

Excelentísimas autoridades de la Entidad Local Autónoma, queridos paisanos, visitantes de nuestra fiesta, amigos todos:

 

Es para mí un honor y una satisfacción haber sido propuesto para pronunciar este pregón que sirve como pórtico a la Feria de La Bobadilla 2010. Un honor porque no sé si reúno los méritos que me hagan digno de tan alta responsabilidad. Una satisfacción y un orgullo porque tengo la posibilidad de dirigirme a mis paisanos, porque siempre he sentido muy dentro de mí esta tierra tan pródiga en sus frutos como fértil en sus gentes.

 

Antes de continuar quisiera dedicar estas palabras a mi familia: a mis padres, a mis hermanos; a Sofía, el amor compartido; a mis hijas, Sofía y Adriana, que son mi vida y espero que tengan un fuerte vínculo con este pueblo. Pero quiero que mi dedicatoria vaya especialmente a mi tía María y a mi tío Paco, que sigue viendo la feria  desde esa barandilla de la Plaza. A todos los hombres y mujeres buenos que, como ellos, han sido un ejemplo de trabajo, de sacrificio, de seriedad y de alegría, de una dignidad y una honradez que se aprecia en la fuerza de sus manos, en los surcos de su rostro y el brillo de sus ojos; ejemplos de una sabiduría atesorada por los siglos, de una inteligencia natural que no deja de sorprenderme. Así es La Bobadilla, así son sus gentes. Porque a un pueblo lo hacen las personas y no al revés.

 

Cuando vives fuera y vuelves a La Bobadilla te embarga una sensación extraña: sientes que estás en tu casa, que nada ha cambiado aunque hayan cambiado tantas cosas. Hay una parte de ti que renace, que cobra vida. Es difícil de explicar. Ese pequeño impostor que vive en Andujar, por ejemplo, y que también es real, desaparece, se esfuma como por arte de magia. Ahora yo vuelvo a ser yo, soy el hijo de mis padres y el hermano de mis hermanos, el niño que todos vieron crecer y todos reconocen. Y si no es así, basta con la conocida pregunta: ¿y tú de quién eres? De Pepe Verruga y de Pura la de Adriano. Con eso es suficiente.

 

Si hoy estoy aquí, subido a este escenario que me trae tantos recuerdos, quiero pensar que ha sido por mi contribución a que este pueblo fuera mejor y no por otros méritos personales siempre discutibles. Entiendo que es mucho lo que la sociedad nos presta gratuitamente y  que todos, por un deber no escrito de gratitud y de restitución, estamos llamados a aportar algo, en la medida de nuestras posibilidades, que ayude a mejorar esa sociedad en la que vivimos.

 

Siendo Jaime Pulido y mi amigo José A. Pérez Liñán alcaldes de La Bobadilla encabecé la Comisión de Festejos de nuestra Feria. Fueron cinco años de duro trabajo no siempre gratificante. Durante ese tiempo creo que dimos un impulso decisivo a nuestras fiestas. Muchos jóvenes de mi generación colaboraron desinteresadamente para hacer una feria digna. Quiero transmitir desde aquí mis felicitaciones y comprensión a la actual y nutrida Comisión de Festejos.

 

Todavía recuerdo con cierto sonrojo el primer pregón de feria, a cargo del poeta y buen amigo José María Lopera. Todos los elementos se pusieron en nuestra contra. Nada más comenzar José María su alocución un viento endemoniado impedía que los papeles tomaran asiento en el atril. La atracción infantil que estaba situada justo aquí, a la espalda, no cesaba de producir un chirrido infernal; y, para colmo, Vidalillo, en este costado de la plaza, había decidido hacer su personal contribución al pregón lanzando sin parar cohete tras cohete hasta que conseguimos frenarlo. Menos mal que la profunda voz de José María supo sobreponerse a todo.

 

No puedo pasar por alto la mención al gigantesco proyecto que, sin darnos apenas cuenta, iniciamos por aquellos años. Estoy hablando de las semanas culturales que con distintos nombre se desarrollaron en aquellos lejanos años 90. Las recuerdo con muchísimo cariño y con bastante nostalgia. Ya no somos tan jóvenes los de entonces. Agustín el Blanco (ejemplo de tesón, esfuerzo y creatividad), Paco Patacorta (siempre inteligente y socarrón) y Jose Gallinica (apoyando como alcalde y trabajando como el que más, pero sin hacerse notar) emprendimos el camino de aquellas grandes semanas culturales que todos recordamos, que nos hacían trabajar con ahínco y entusiasmo para sorprender al pueblo con nuestras propuestas culturales, muchas veces arriesgadas, a principios del mes de agosto, como gran antesala de nuestra feria. Fueron el fruto del sacrificio y la ilusión de muchísimas personas que trabajaron anónimamente. Vaya un saludo y un abrazo para todas ellas. De ahí nació el Grupo de Amigos de La Bobadilla, que todavía sigue dando guerra, con otras caras, algunas que me cuesta identificar, pero con el mismo esfuerzo. Desde aquí los animo a que redoblen la creatividad, a que sueñen y a que hagan realidad sus sueños.

 

Y puestos a hacer memoria, sigamos rebuscando en el baúl. ¡Qué nostálgicos nos ponemos los pregoneros! Cuando se van cumpliendo años, el morral de los recuerdos se va llenando. No debemos abandonarlo en la orilla del camino, con él llevamos el peso de nuestra historia y lo que somos. Tampoco debe ser un lastre en el andar presente. Ni debe impedirnos soñar el futuro.

 

En mi infancia y por mucho tiempo fui pastor. Algunos me recordaréis detrás de un hatillo cabras y ovejas. Ahora pastoreo chavales, que son más difíciles de pastorear (a los alumnos de mi colegio les llamas borregos). Sólo la Feria me libraba por unos días del trajín de los animales por los rastrojos de las entonces tierras calmas de La Bobadilla. Mis recuerdos de esa época no son nada del otro mundo, pero como no quiero haceros llorar contando las penurias de aquel tiempo de tonos grises o por lo menos sepia, daré sólo unas cuantas pinceladas en este viejo lienzo de la memoria.

 

Corrían los años 70, era un pueblo sin mar (como decía el cantante), ni calles asfaltadas, ni alumbrado público, ni baños en las casas. Todavía circulaban más mulos que coches y podíamos jugar al fútbol en plena vía pública. Los hombres iban al campo con amplios sombreros de paja, segaban y sacaban agosto soportando los rigores del mes de julio y siguiendo métodos ancestrales. La feria era un paréntesis en las duras faenas cotidianas. Venían los coches locos al llanete de Domingo Turín y las norias al del Casino. Pero el dinero era tan escaso que apenas llegaba para unas pipas y algunas chucherías en el quiosco de Julio Dorado. También para unos tallos que hacían los de la Churrería Virgen del Villa y que la mujer cortaba con una destreza que asombraba a mi inocencia de niño. La Jacoba era la primera en la cola; yo, el segundo. Eso era todo. Había músicos en la plaza, pero también había alambradas. Los que estábamos detrás mirábamos el baile con cierto complejo de gallinero.

 

Llegó la adolescencia y las espinillas a la cara, pero se fueron las alambradas de la plaza y pudimos bailar Paquito el Chocolatero hasta el alba. Eso sí, si no había que arrancar un pujar de garbanzos, esos que entusiasmaban tanto a los padres de entonces y que sembraban en grandes cantidades. La amenaza de los garbanzos era siempre terrorífica y nos daban escalofríos cuando alguno de nosotros decía que su padre había sembrado seis sacos en el Cortijo de la Torre. Mucho mejor unos poquitos melones, que dan menos trabajo y están más ricos.  La Bobadilla siempre fue tierra de melones, de los de comer.

 

Éramos una buena cuadrilla: Carlos el de la Ernesta, Miguel el Bocas, Peporro, Titin, luego Agustín, el Blanco y Alberto Villena (que sabemos que es Aranda de primero) y muchas veces Alberto el de Lucas. Seguíamos teniendo muy poco dinero, pero nos llegaba para los primeros botellines a seis duros en la terraza de Paco el Chivo y, si no, siempre nos quedaba el consuelo de unos litros del Águila, que nos vendía Josico Marañón, con la condición inexcusable de devolver los cascos. El concepto de no retornable tan antiecológico no había nacido todavía. Litros de cerveza o de calimocho que consumíamos en la Guarida, nombre rimbombante que recibían los poyetes de la última casa del pueblo. El botellón no había nacido todavía. Así echábamos la feria.

 

Menos mal que para estas fechas venían las forasteras, esas chicas de nuestra edad que solían traer al verano de La Bobadilla sus ropas modernas de la capital, su acento refinado y costumbres menos pueblerinas que las de nuestras paisanas. Se llevaron en sus maletas los primeros amores de muchos de nosotros. Eran una bocanada de aire fresco que los jóvenes esperaban como agua de mayo o tormenta de agosto. Eso era lo que había. Ya sabéis el refrán: cada uno cuenta la feria…

 

Pero dejemos el pasado. Ha llegado la feria un año más. Nos toca disfrutar y compartir estos momentos con quienes nos quieren y a los que nosotros queremos. Volveremos a bailar Paquito el Chocolatero y volveremos a degustar los manjares de nuestra tierra. La Bobadilla ha cambiado mucho en estos treinta años y también sus fiestas. Somos un pueblo con autonomía para construir su futuro. En ese futuro me gustaría ver muchas cosas hechas realidad: una Web oficial donde mostrar lo nuestro al mundo, un pequeño museo arqueológico donde recoger muchos de los hallazgos dispersos por ahí, un museo de artes y costumbres populares donde nuestros hijos conozcan nuestro pasado, un colegio lleno de niños y un pueblo donde nadie que quiera quedarse tenga que emigrar por falta de trabajo. El entusiasmo y las ilusiones compartidas no deben decaer. Más allá de las diferencias debemos buscar lo que nos une: el deseo de hacer de este pequeño pueblo un gran pueblo. ¡Viva La Bobadilla y viva su feria! Muchas gracias a todos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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